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La palabra “trauma” puede desembocar en nosotros la imagen de un suceso terrible que pone en riesgo nuestras vidas como puede ser un accidente o un ataque terrorista. Ciertamente se tratan de situaciones en las que la persona queda paralizada al verse envuelta en una situación que supera los recursos para afrontarla y que pone en peligro la integridad vital. También hay situaciones cotidianas o más repetitivas que pueden generar “trauma” como el abuso, el maltrato, un estilo de apego inseguro o evitativo con nuestros progenitores, etc.
Si una situación con estas características puede paralizar a un adulto, imagínense a un niño. Los niños, en su proceso de desarrollo y maduración, pueden sentirse vulnerables e indefensos ante diversas situaciones, más allá de las catástrofes, por lo que siempre van a requerir la contención y ayuda de un adulto. Por este motivo, no es de extrañar que los niños y adolescentes sean más sensibles y vulnerables a las experiencias traumáticas y por ello, es muy importante conocer los desencadenantes y los síntomas de las mismas.
Debido a la inmadurez de los niños, una experiencia traumática puede ser una situación que, a priori, no tenga importancia para un adulto o que se presuponga un impacto leve en el estado emocional.
En consulta no es extraño encontrar la raíz de algunos problemas afectivos o de relación en niños con experiencias “traumáticas” en la primera infancia o más adelante que pasaron desapercibidas. Por ejemplo, una caída, un atragantamiento, un día en la piscina que casi termina en ahogo, la muerte de un familiar cercano, de una mascota o la respuesta que obtenemos de un adulto pueden condicionarnos en nuestro proceso de aprendizaje de nuestra identidad, nuestra manera de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás.
Por lo tanto, las características de un suceso que pueda dejar una impronta traumática en los niños y adolescentes son:
– situación que ponga en riesgo la integridad vital de uno mismo.
– situación con alto impacto emocional, los niños especialmente se “impactan” con aquello que ven y oyen.
– situación en la que ve a sus adultos de referencia (padres, tutores) nerviosos u desbocados.
– situación en la que no hayan sido protegidos por un adulto o que no se hayan sentido así.
– situaciones desconocidas que requieran de la contención de un adulto.
– situación en la que no se hayan podido expresar los sentimientos de ansiedad o miedo.
En general, cualquier situación que desemboque en el niño sentimientos de miedo, ansiedad y sensación de inseguridad son de especial importancia que los adultos cercanos las detecten y puedan ofrecerles la contención emocional y la seguridad que necesitan, aunque a juicio de un adulto la situación no sea tan grave, para un niño que está aprendiendo cómo funciona su cuerpo, sus sentimientos y el mundo que le rodea, necesita sentirse seguro para afrontar situaciones problemáticas futuras.
Qué manifiestan los niños y adolecentes ante situaciones traumáticas no resueltas:
Primera infancia:
La falta de lenguaje verbal complica que los niños nos expresen con palabras lo que les sucede, por lo que hay que estar muy pendientes de cambios en sus rutinas de comida y sueño.
– mayor irritabilidad.
– dificultad para calmarlos.
– necesidad de estar apegado al adulto.
– dificultades para comer o dormir
Preescolar:
Igual que en la primera etapa, hay que estar muy pendientes de cambios en sus rutinas de comida y sueño. En este caso, también hay que estar alerta a cambios en su manera de relacionarse con los padres, los compañeros u otros adultos. El juego y el dibujo nos dan muchas pistas de lo que les preocupa.
– irritabilidad
– mala conducta
– dificultades para comer o para dormir
– manifestación de conductas correspondientes a edades más tempranas.
Edad escolar:
Poco a poco van madurando y van conociendo los antecedentes y consecuencias de los actos del mundo así como de las reacciones de los adultos. A pesar de ello, muchas veces no saben encontrar el origen de su malestar y acostumbran a manifestarlo en mayor irritabilidad, mal humor, mala conducta, miedos y conductas propias de edades más tempranas.
– miedos
– pesadillas
– problemas para dormir
– mojar la cama (enuresis nocturna o diaria)
– mala conducta
– irritabilidad / irascible
– molestias físicas (dolores de barriga, de cabeza, etc)
– en niños más mayores, a partir de los 8-9 años, sentimientos de vergüenza o culpa
– mayor apego a los adultos
– expresión de la situación que les ha impactado a través de los juegos o los dibujos.
Adolescencia:
En esta etapa, el adolescente se despega de los padres para juntarse con su grupo de iguales y descubrir y formar su propia identidad. No es de extrañar que busque mayor apoyo en sus amigos y que, de algún modo, quiera identificar lo que le sucede con los demás. No obstante, pueden aparecer signos de mayor labilidad emocional, en la esfera ansiosa- bajo estado del ánimo o todo lo contrario, desafiante e irritable. Mantener una actitud abierta de escucha y de “no juicio” es fundamental en una etapa en la que, ya de por si, cuesta mantener un buen clima de comunicación.
– expresiones emocionales más intensas de miedo, ansiedad o enfado.
– conductas inapropiadas o temerarias.
– mayor irritabilidad
– mala conducta
– problemas para dormir o comer
– ansiedad o conductas fóbicas
– manifestación de conductas correspondientes a edades más tempranas.
Desde PsicoSabadell os queremos presentar la modalidad infanto-juvenil de la terapia psicológica EMDR. Se trata de un abordaje basado en la identificación de recuerdos pasados “no resueltos” para su posterior reprocesamiento e integración en la memoria autobiográfica de la persona. Cuando un suceso que en su momento tuvo un alto impacto emocional, ya fuese puntual o que se diera de manera continua, nos condiciona en nuestra maduración y en la formación del yo. No es extraño que una experiencia impactante no resuelta tenga consecuencias en el futuro en nuestra visión de nosotros mismos y en la relación con los otros.
Esta técnica esta basada en el proceso natural del cerebro de integración de la información obtenida de nuestros sentidos y del entorno que sucede durante la fase de ondas lentas o fase REM del sueño. Dicho abordaje simula un estado similar a este estado mediante la estimulación bilateral ocular o por toques en las manos accediendo al recuerdo por sus canales de entrada (los sentidos) para reprocesar el recuerdo y crear nuevas conexiones asociadas a dicho recuerdo de modo que no generen el malestar manifestado hasta el momento.
EMDR es un abordaje que ha demostrado en numerosos estudios científicos su eficacia con el Trastorno por estrés postraumático. Hay abiertas nuevas líneas de investigación que, en el ambito infanto-juvenil, en el campo de la sintomatología afectiva y conductual en el caso de problemas ansioso-depresivos, conductuales, alimentarios y en problemas de apego.
En PsicoSabadell disponemos de una psicóloga infanto-juvenil con formación especializada en EMDR infantil.
Si creéis que vuestro hijo/a puede beneficiarse de este tipo de intervención, no dudéis en poneros en contacto con nuestro centro para informaros.
Por Jessica Arjona
N.col. 21919
Sitios web de interés:
Asociación Española de EMDR: http://emdr-es.org/sobre-emdr/