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Alteraciones de la Identidad en el Trastorno Límite de la Personalidad

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El Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) es un trastorno mental severo observado entre el 2% y el 5.9% de la población. Diferentes estudios han agrupado la sintomatología del TLP en cuatro grupos: impulsividad elevada, desregulación emocional, disfuncionalidad interpersonal y alteraciones de identidad.

En cuanto al estudio de las alteraciones de la identidad, un gran número de estudios han hallado que las personas con TLP exhiben tres características clínicas asociadas a dicha patología. En concreto, las personas con TLP que presentan alteraciones de la identidad manifiestan dificultades en: 1) la construcción (cristalización) de la identidad2) el autoconcepto y auto coherenciay 3) la capacidad para mentalizar (p.e, empatía, cognición social).

En este contexto, diferentes estudios han hallado que las alteraciones de la identidad se asocian positivamente a otros síntomas del TLP tales como la disfunción interpersonal, la desregulación emocional y la impulsividad

En esta línea, cabe destacar que existen diferentes factores de riesgo que potencian la aparición de síntomas asociados a las alteraciones de la identidad. Concretamente, diferentes estudios han señalado dos factores de riesgo determinantes para las alteraciones de la identidad en personas con TLP: 1) los episodios traumáticos en la infancia (abuso sexual, abuso emocional, maltrato físico); y 2) la baja capacidad de mentalización

En especial, el impacto psicológico asociado a los episodios traumáticos en la infancia dificulta el desarrollo de la autocoherencia y el autoconcepto (p.e., integración de la identidad) en la adultez. Además, otros estudios sobre el tema han hallado que la presencia de episodios traumáticos en la infancia potencia la aparición de mecanismos de defensa desadaptativos que tienden a funcionar como factor de riesgo de las alteraciones de la identidad (p.e, desrealización, despersonalización, disociación). Además, dichos síntomas psicológicos dificultan la cristalización de la identidad debido a una sensación de “desconexión” y a la aparición de clínica ansiosa y depresiva

            Otro de los factores de riesgo de las alteraciones de identidad en las personas con TLP es la presencia de dificultades en la capacidad de mentalizar (función reflexiva). Concretamente, una baja capacidad de reflexión se asocia positivamente con dificultades en la construcción del sentido de la autocoherencia (comprensión de uno mismo). En esta línea, algunos estudios han indicado que una baja autocoherencia fomenta síntomas propios del TLP (sensación de vacío emocional y existencial, estado de ánimo depresivo, pensamiento dicotómico”bueno – malo”). Además, la no-autocoherencia interna se asocia a un bajo sentido del autoconcepto (construcción/cristalización de la identidad). Concretamente, algunos estudios sobre el tema han hallado que las personas con TLP tienden a presentar una búsqueda del autoconcepto presentando diferentes cambios de rol (p.e., cambios de vestimenta, cambio en orientación de género, orientación sexual fluctuante). 

En este contexto, a pesar de su importancia clínica, la investigación empírica sobre las alteraciones de la identidad en personas con TLP ha sido limitada. Particularmente, son cruciales más estudios centrados los factores de riesgo de las alteraciones de identidad en esta muestra. De igual manera, sería importante la impartición de diferentes intervenciones terapéuticas enfocadas a dicha patología. 

Dra. Sara Navarro
N. Col. 23565
Psicóloga General Sanitaria


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La adolescencia como proceso de cambio

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El que la adolescencia sea un proceso de cambio tiene una influencia, muy importante en la estabilidad de los adolescentes: el objetivo, en este caso, no sería tanto hacerles conscientes del proceso por el que están pasando, sino más bien, que los adultos que los rodean, al serlo, sepan llevar a cabo las actuaciones necesarias para que este proceso se desarrolle de la manera menos traumática y más adecuada posible. Existen dos líneas básicas de acción en este sentido.

  1. Ajuste de la exigencia de crecimiento a la realidad
  • Este ajuste ha de darse, especialmente, por la propia dificultad que entraña para los adultos el situar al adolescente en el momento vital real en el que se encuentra: los cambios fisiológicos a los que se hacía referencia anteriormente, el crecimiento, la apariencia como adulto, en algunos momentos confunden a quienes están cerca, haciéndole pensar que se encuentra ante alguien que ya ha pasado por los procesos anteriormente descritos.
  • En algunos momentos, las dificultades viene dadas por la actitud percibida en los adolescentes por parte de los adultos, como retadora, amenazante, y hay que tener en cuenta que en bastantes ocasiones sólo provocan, esperan, buscan la escucha ecuánime por parte de los adultos.
  • Otro aspecto a tener en cuenta es la irregularidad de los cambios descritos: en la adolescencia hay momentos que presentan una mayor complejidad; la transición adolescente, aun interpretándola como una etapa global, no es uniforme y cabe tener en cuenta que “no es fácil salir así de la adolescencia para entrar en el mundo adulto.
  • Es necesario que los adultos que rodean al adolescente tengan conciencia de la irregularidad de este proceso, ya que durante el mismo se producen transformaciones y, por lo tanto, organizaciones y desorganizaciones. “Se deja de ser y se intenta ser; se avanza y se retrocede; se busca la seguridad para paliar la más perenne de las inseguridades; se tiene la sensación de que algo de uno mismo se va con cada una de las crisis cotidianas” (Funes, 1990).
  • La demanda de crecimiento que los adultos llevan a cabo con los adolescentes, así, debe ajustarse, y tener muy en cuenta el momento personal por el que el adolescente atraviesa: no debe apresurarse la exigencia, ni eliminarse. Sencillamente, adaptarse a la realidad adolescente que se tiene al lado.
  1. Acompañamiento para promover la maduración
  • El proceso de maduración no es algo casual, ni que se da espontáneamente. Ese proceso se va produciendo a través de la educación; y no se debe olvidar que, en el fondo, educar a un adolescente es “posibilitar la evolución y el desarrollo de sus capacidades, intentar que vaya obteniendo un balance positivo de sus experiencias vitales (que se sienta bien dentro de su piel), procurar que logre un conjunto de conductas sociales que no le reporten excesivos conflictos con la sociedad en la que está y, finalmente, que se sienta miembro de un grupo social, de una comunidad, que tenga la vivencia de que “pertenece”, que es miembro de algo” (Funes, 1990).
  • Esta labor educativa –y ha de recordarse que, como se decía anteriormente, todo adulto que se acerca a un adolescente es educador, mal que le pese- ha de ser una suerte de acompañamiento. Hablamos de la figura del mentor del adolescente, definiéndolo como “aquel que siendo vivido como cercano y disponible actúa desde la distancia –sin intromisiones y confiando en la evolución positiva- para ordenar las crisis y las dudas del adolescente, ofreciéndole propuestas, recursos, líneas de salida; aquel que le ayuda a que incorpore en su persona las experiencias, los elementos positivos que se decantan de su paso por las instituciones, los servicios, los recursos”. No tanto apostando por la “creación” de una figura de estas características, sino basándose en la “necesidad de conseguir que los adultos que inciden en la adolescencia ejerzan esas funciones; a la necesidad de potenciar (crear, estimular, enseñar…?) entre esos adultos, que están o deberían estar presentes, la parte de personaje empático, de personaje que conecta […] con la realidad adolescente”.
  • Para él, esta cuestión está en relación con el papel del educador no para transmitir simplemente conocimientos, sino para “responder” a las preocupaciones adolescentes, preocupaciones e implicaciones que surgen incluso de la supuesta simple transmisión de conocimientos asépticos, algo muy relacionado con la búsqueda de referentes de la que anteriormente se hacía mención.
  • En cuanto a la manera, debe basarse en lo conocido por los educadores que tienen experiencia de trabajo en este campo: se trata de ser un adulto entre los adolescentes, no de ser uno más ni un amigo: “se trata de ponerse en el lugar del adolescente sin ser un adolescente”.
  • Aun así, hay que señalar con respecto a la aparición de los adultos en el medio adolescente que cabe tener en cuenta que “la razón de nuestra la intervención debe basarse en la necesidad de ofrecerle la posibilidad progresiva de que construya su propia identidad”, y que para ello hemos de respetar su propio ritmo de maduración, manteniendo una actitud de espera, de esperanza de cambio, de evitar intervenciones prematuras o precipitadas que contribuyan a fijar al adolescente en su condición problemática.
  • Como conclusión, cabe afirmar que la intervención de los adultos que mejor puede facilitar la maduración del adolescente es la de acompañarle en ese camino sin paternalismos ni exigencias desmedidas, sencillamente ofreciéndose como posible consultor en determinados momentos y respetando que su proceso de crecimiento es propio e intransferible y, como mucho, puede ser contemplado desde la cercana distancia, ofreciendo alternativas ante situaciones de crisis o bloqueo.

En PsicoSabadell, centro de psicología y psiquiatría, estaremos encantados de acompañarte en el proceso madurativo con tu hijo/a.Disponemos de un equipo profesional y colegiado que te surtirá de pautas y estrategias para lograr que ambos disfrutéis de este periodo y se produzca un desarrollo normativo, priorizando la seguridad y el bienestar del adolescente.


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